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Historias de Rock con el 8: New Years Day

Tengo un pequeño problema como escuchante metalero y rockero, como escritor y como persona: un sentido de la lealtad ligeramente distorsionado. ¿Te acuerdas de Robert de Niro en Los padres de ella con eso del círculo de confianza? Pues algo así. Hace un tiempillo, reseñando One Second Faith, me vino al coco My brutality, la canción que usaba Rhea Ripley, una luchadora de WWE (vete al buscador un momento, vas a flipar).

Colaboraba la cantante de New Years Day, y se me quedó en la lista mental de tareas pendientes escribir sobre ellos porque, siendo una canción para salir al ring, me pareció delicatessen. Es ese tipo de guitarreo que hace que el corazón me lata del revés, como en Tenet.

Por Teodoro Balmaseda
La parada del mes: New Years Day. Half Black Heart. 2024.

Suelo andar al loro de la actividad cultural en Logroño. Normalmente me sirve para sentirme mal porque no voy a todos los conciertos que me gustaría, pero de vez en cuando aparece algo que me sacude. Di con una artista, una chica, Paula Y, que acaba de sacar Geminis. Si algo he aprendido 62 entregas después, es que cualquier disco se merece media hora tranquilita para poder degustar. Olvida las guturales de Max Cavalera y el doble bombo de Joey Jordison. Míralo desde Morcheeba, Massive Attack o Portishead.Writing a song about abre fuego. Tiene cierto sonido Kraftwerk, con un poco de Portishead en Machine Head, sobre todo en las baterías. También es heredera de Amy Winehouse en la estructura de las estrofas, y tiene el espíritu de Audrey Hepburn en Moon River, la que desconcentraba a George Peppard en Desayuno con diamantes. Seguramente soy un pedante que va de sabiondo, pero este tipo de sonidos me hacen sentirme artísticamente sensible, no tan bloque de hormigón. Al salirme de mi zona de confort, entro en una especie de tierra de nadie donde miles de ideas sueltas que flotan en el vacío se conectan entre ellas. Me siento un poco más listo —menos inepto—, que hace diez líneas, y me siento un poco inspirado, aunque no sé muy bien para qué.Limbo. Empieza: ojalá dentro de un tiempo, cuando lea esta letra, todavía me crea algo de lo que estoy diciendo. A eso me refería con empatía. De vez en cuando, muy de vez en cuando y cada vez menos, releo alguna de mis novelas, alguna reseña, algún relato mío. No me cuesta mucho aislarme mentalmente y afrontarlo como si lo hubiera escrito otra persona y, más allá de correcciones puntuales, suelo quedar relativamente satisfecho porque normalmente

Vampyre abre fuego. No se puede hablar de vampiros sin nombrar a Baudelaire. El viejo Charles me enseñó un par de cosas: «a los no comunistas, todo es común, incluso Dios». ¿Te has dado cuenta que si un montón de dibujitos en una pantalla generan imágenes dentro de tu cabeza es porque tenemos un lenguaje en común?; y dos: Toi qui, comme un coup de couteau / Dans moncoeur plaint if es entrée; Tú, que como una cuchillada, entraste en mi doliente corazón. Con un sonido muy a lo Rabia Pérez, pero con algo de Skillet en el caldero, estaba pensando en Baudelaire. En alemán estar borracho se dice (sein) blau, estar azul, y es porque a la absenta le echaban un colorante azul, como los caramelos de los niños. Lo que no sabía es que su abuso a largo plazo generaba problemas mentales, y el pobre Charles tuvo un final lleno de angustia, presa de la esquizofrenia paranoide.

Por un rato, mientras Half black heart pone un toque entre Evanescence y Sick Puppies, dejadme volver a los veinte. Tenía un profesor de filosofía que me enseñó a escribir pequeños ensayos, que más bien eran artículos de opinión, exponiendo una tesis y tratando de defenderla con argumentos. Mientras tanto, el universo cinematográfico que rodeaba a vampiros, licántropos y demás criaturas me fascinó.

Hurts like hell pone en paz el mundo. Es un poco del Bad Seed, de MetallicA, pasado por un tamiz nu metal, lo que me hace caer de rodillas. Tal vez no es el disco del siglo, pero si tiene todo lo que me mola, ¿para qué pedirle más? El caso que la adolescencia tiene fases, ¿vale? Oí la historia de Erzebeth Bathory, la condesa sangrienta, y experimenté esa mezcla  de rechazo y fascinación que me convertían en un Rob Zombie de marca blanca. Una condesa le suelta un sopapo a su sirvienta y, donde cae una gota de sangre, ve que su piel rejuvenece. Presa de ese clasismo recalcitrante y de esas ínfulas de inmortalidad, decide empezar a darse baños de sangre. Esquilmó de jóvenes doncellas todos los pueblos a los que tuvo alcance, y no le echaron el guante hasta que mató a quien no debía.

Fearless parece que es la baladita, con prevalencia de las voces, pero no, la sala de maquinas de New Years Day sigue funcionando. Como decía, Drácula, Frankenstein, La condesa sangrienta… el hecho de llegar a una longevidad impropia a nuestros ojos o a la inmortalidad me resultaba atractiva, y claro, si tienes un montón de macizorras a las que morder en el cuellete (intenta hacer una peli para adolescentes de vampiros sin musculosos paliduchos o sin jamelgas semidesnudas, que no la ve ni el apuntador), pues era un universo hermoso al que asomar mi hediondo hocico, aunque me resultaba algo ajeno.

Burn it all down, con sus riffs infernales, en un estribillo que parece un valls macabro, como si alguien homenajease el vals del Danubio azul, de Bach, al final de la peli Carrie, anuncia la llegada del maestro: Richard Matheson, Soy leyenda. Tirad al fuego esa ignominia que hizo Will Smith y abrid el libro. Era realista (no en vano era el padre literario de Stephen King). Suena rimbombante, pero me cambió la vida. Una zona de mi cerebro que estaba sin actividad, de repente arrancó como un Pentium II en una mañana de invierno: gruñendo y haciendo vibrar todo.

Enemy repite la fórmula de guitarreo nu metal y baterías a medio tempo que me flipa y me mantiene en los veintiuno recién cumpliditos, con el carnet de camión aún caliente en mi bolsillo. De pronto, gracias a Matheson, mi semidios pagano por el que quemo incienso cada aniversario de su muerte, una historia se empezó a dibujar en mi mente. Con la ayuda de escaletas y demás herramientas de guion, armé mi primera novela, In mein blut, que hablaba de vampiros sin mencionarlos, y que inició el camino que aún transito, veinte novelas y un par de guiones después.

I still believe es el broche perfecto a la frase, con esa combinación en sala de máquinas que hace que mi cerebro baile dentro de mi cráneo a base de headbanging. Sigo creyendo, aun después de tanto sinsabor y de ver la industria literaria más o menos por dentro.

Unbreak my heart empieza a mostrarnos el ocaso del disco y vuelvo a los treinta y nueve. Lo que en principio me parecían criaturas poderosas y maravillosas ahora me dan un poco de grima. Imagina vivir doscientos o trescientos años, o mil. Tener fuerza para partir un autobús en dos de un solo golpe o correr más rápido que el pensamiento. Al final llegarías a la misma conclusión de Drácula, la peli. Cruzar océanos de tiempo, ¿para qué?

So sick parece que me lee el pensamiento. Estarías tan harto, tan harta, de todo. Imagina gentuza como AR, el Fragasaurus o la vieja esa del bolso que berreaba en Ferraz inmortales. Qué agotamiento. Estar en un debate de aquí a un siglo sobre si los trans merecen o no derechos, sobre si el derecho al aborto es exclusivo de la mujer afectada o puede decidir hasta el párroco de la población más cercana, o si los derechos laborales o la abolición de la esclavitud infantil pueden hundir la economía.

Creature of Habit, que tiene un aura casi casi pop, nos marca el cabalgar en dirección al atardecer, mientras pienso cómo he cambiado. A ver, Matheson, Stoker, Baudelaire… maestros absolutos. Corre a leerlos, te cambiarán la vida, pero tampoco te flipes con volar o sacar colmillitos…

Por permitirme homenajear a maestros absolutos y poner música de fondo a mis inicios literarios, y por permitirme una introspección que necesitaba:

New Years Day. Half Black Heart.

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