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Historias de Rock con el 8 – Dover: Late at Night

El mes de asueto técnico no ha caído en balde. Por lo menos en mi caso, cuando quiero escribir sobre algo me viene muy bien de vez en cuando tomar aire, levantar la cabeza, alejarme un poco y tomar perspectiva, porque hay veces que estoy tan entretenido describiendo hojitas que llevo cuarenta páginas en el mismo puñetero árbol. Hoy traigo una historia que se me había quedado en el tintero, seguramente porque experimenté el mismo tipo de divorcio doloroso que la mayoría con esta banda.

Por Teodoro Balmaseda

Estaba haciendo el bachiller por la tarde, y así de uvas a peras algún profesor fallaba y tenías una horita tonta. Cerca del insti había unos recreativos (nunca fueron mis favoritos y ahora los echo de menos un montón) a dos plantas: la de arriba, a ras de calle, tenía las maquinitas, y la planta de abajo era el Valhala. Subterráneo, infestado de futbolines y billares y con una jukebox que parecía sacada de una peli cincuentera. Como soy tan especialito musicalmente, de los ciento y pico álbumes que formaban el repertorio, sólo uno me gustaba. La de moneditas que se fueron para poner a toda hostia alguna del Late at nigh tde los Dover.

La parada del mes: Dover. Late at night. 1999.

El caso de Dover tiene cierto paralelismo con Rammstein por ejemplo. Era una banda que había conseguido un buen éxito con discos anteriores, que iba bien, había puesto dos o tres temas en el subconsciente colectivo, pero que tuvo un disco, como el Mutter de los teutones, que fue un zambombazo absoluto. Con Late al night, Dover pasó de ser una promesa seria a ser una de las bandas más prometedoras y con más tirón en muchos kilómetros a la redonda.

El cambio de milenio fue una época convulsa donde todo se puso en tela de juicio, y Dover era una de esas bandas que salía en el vorágine del rock&roll o del heavy metal, pero rompiendo moldes. Era un rock alternativo con guitarras muy pesadas y, como nos molan los cajones de sastre, se les empezó a meter en el trash, en el nu-metal, y hasta en los Chichos Maiden si hacía falta.

Formato cuarteto clásico: batería; bajo; guitarra solista y una cantante que llevaba la guitarra rítmica, la fuerza de Dover eran sin duda las chicas. Los punteos de Amparo eran de esos que hacen parecer fácil tocar la guitarra, y la personalidad arrolladora de Cristina hacía el resto. Con todo respeto, que no quiero meterme en jardines, pero siempre me ha jodido la típica vocalista femenina de heavy metal (no acuso a nadie hablo del arquetipo), envuelta en un corpiño vampiresco que parece que le molesta sudar, está como encorsetada —literal y figuradamente— para no perder ese halo de sobrenaturalidad. Cristina era todo lo contrario. Un chorro de energía constante, sudada y tirando unos gapos como paelleras de grandes. Vale que no es precisamente la imagen más sensual de la muchacha, pero me gustaba esa actitud, esa fuerza y esa seguridad que transmitía.

Dover tenían los riff. DJ, con una batería endiablada, y las púas soltando chispas contra las cuerdas. Four graves tenía un bajo acojonante en las estrofas. Han pasado más de veinte años y sigue sonando que apabulla, esto no se puede discutir. Era el punto fuerte, el guitarreo. Por lo menos en este disco, se te metían hasta el hipotálamo. Cherry Lee en directo fue el primer video de Dover que vi, y oír a Cristina medio asfixiada tirar un gapo justo antes de empezar a berrear el estribillo me dejó con los ojos como el de La naranja mecánica. Straight to jail, otro ejemplo de buen machaqueo a las cuerdas. Sin ser una canción vibrante, da la sensación de velocidad, la más heavy en el sentido de que es la que más bebe de Black Sabbath, la más contundente. Sea Witch, intercambiando tramos más rockeros con ese guitarreo Iommiesco.

Aunque si vamos a ponerle a esto un poco de fundamento, el temazo, la buena, la que resume no sólo el disco, sino el sonido de los Dover apisonadora, es Far. Casi al final, un susurrito de Cristina y salimos como locomotoras. Es como ver a los jinetes del apocalipsis arrasando con todo a su paso.

Las cosas como son: discazo mortal. Vale, que luego ya tal, llegaron otros discos, dieron un giro que me dejó como aquel central que buscaba a Ronaldo Nazario, que pensaba que era una broma cuando decían que se acercaban a Madonna y me lo escuché pensando que iban a hacer disco-metal o alguna marcianada molona por el estilo, y se me quedó la cara de Benny Hill.

Por surgir como un géiser (tampoco es así, llevaban mucho rodaje a las espaldas), tratando de hacer temblar los esquemas de lo que se entendía por rock o por heavy, aunque luego en mi opinión se vendieron y perdieron el norte, la calidad de sus primeros trabajos los hace merecedores de estar aquí: Dover. Late at night.

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