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Historias de Rock con el 8: The Smashing Pumpkins – Mellon Collie and the Infinite Sadness

Hubo un tiempo en el que coqueteé con el fracaso escolar. Había salido más o menos bien parado de la secundaria, con algún que otro notable, incluso, pero al llegar al bachillerato me pegué el hostiazo padre.  Después de poner mi mejor esfuerzo, dejé cuatro. No estoy seguro, pero creo que entré en una especie de depresión. Me pasaba el día entero nervioso perdido, y lo que es peor; empecé a dudar de mí mismo. Estaba comenzando a convencerme de que era tonto, que no daba para más, y pasé por una tienda de ropa heavy.  Ahí estaba, camiseta negra con letra blanca, Zero. Preciosa, y se convirtió en algo más que una camiseta, era una actitud, un espaldarazo. Ante el terremoto personal que estaba viviendo en aquellos tiempos, sólo pude sonreír orgulloso con mi Zero grabado en el pecho. Después llegó el bachiller nocturno y me encontré a mí mismo. No es que sea muy listo, pero para mis cosas me apaño.

Por Teodoro Balmaseda
La parada del mes: The Smashing Pumpkins – Mellon Collie and the Infinite Sadness. Año 1995.

Con todos sus defectos, The Smashing Pumpkins me enamoró al primer riff. En cinco segundos ya estaba cabeceando al ritmo de las baterías de Zero, y esa forma de cantar, que parece que Billy Corgan cantaba con desgana. Ese punteo (el ti tititititi… estás tarareándolo mentalmente, reconócelo) es y sigue siendo, veinticuatro años más tarde (me cago en todo, somos unos vejestorios) una obra maestra. Reinventó un rock que estaba en plena debacle tras la muerte de Kurt Cobain. Una especie de post-grungre apocalíptico.  Los críticos y hasta Bart Simpson han dicho que es música facilona para adolescentes depresivos. Creo que en estos años mi enfoque de la vida ha cambiado mucho y desde luego no soy un adolescente y me sigue flipando.

¿Y Tonight, tonight? La batería volviéndose loca a base de redoble de caja y lanzando el estribillo entre violines como un olímpico de salto de esquí. La contundencia de Jelly belly, que seguramente ha servido de precedente a muchas bandas de rock, o de pop-rock o de todos los derivados que nos podamos imaginar.

Here is no why desentrañaba la influencia de Nirvana, sobre todo con In Bloom. Que igual estoy diciendo una incongruencia, pero Nirvana y The Smashing Pumpkins a mis ojos siempre han tenido un vínculo bastante estrecho. Cierto es que Billy Corgan y Courtney Love posteriormente tuvieron roces (las dos o tres mejores canciones de Hole son composiciones de Corgan, y sus roces y puyazos han sido épicos. Materia rosa no entro, aquí corazoneo de mierda, poco).

Bullet with butterfly wings es una de esas canciones que nunca te acuerdas del título, si me apuras ni del grupo, pero que, aunque fuera con un tarareo vago siempre la incluirías en una lista de “Lo mejor de…” sea de los ’90, del rock modernete o canciones que te molan y punto.

Love abrió una pequeña senda al metal industrial a lo Nine Inch Nails… en fin, que tampoco quiero nombrar el disco entero. El que quiera entender, que entienda.

Por haberme reafirmado en mí mismo (aunque fuera de chiripa) en un momento muy delicado y por haberme vuelto a mandar de vuelta a la parte buena de mi adolescencia: The Smashing Pumpkins. Mellon collie and the infinite sadness.

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