Si algo he aprendido en el tiempo que llevo haciendo reseñas y conociendo músicos es que el síndrome de Stendhal existe, y que es perfectamente posible enamorarse artísticamente de alguien. En cuanto oyes un par de acordes, ves de reojo una ilustración, pam. Estás perdido. A partir de ahora tienes que sacar palique y estar al loro de cualquier cosa que haga el autor, o la autora, de semejante maravilla. Ojito y ojete porque he dicho enamorarse artísticamente, para lo que no hace falta componer poemas pegajosos ni bajarse los pantalones. Es algo platónico, artístico, no sentimental, ni mucho menos sexual. Tengo una lista casi inacabable de músicos con los que me gustaría simplemente improvisar: ir a su local y, mientras ellos hacen sus cositas con sus instrumentos, yo simplemente observar, o escribir las ideas que se me pasen por el coco. Soy un firme defensor de la idea de la inspiración contagiosa. Me encanta beber de ese tipo de creatividad, me da vida como escritor. Voy a hablar de un enamoramiento (que aún persiste) de mis tiempos mozos.
Por Teodoro Balmaseda
Se ha usado un millón de veces en el cine una conversación dentro de un coche, un plano del conductor mirando a la carretera, o distraído, y un impacto lateral inesperado. La sombra de El diablo sobre ruedas es alargada. El caso es que un bus arrolla un coche americano que recuerda vagamente al Camaro. En medio de unos guitarrazos cojonudos y tomas a cámara lenta del conductor arrastrado como un muñeco por la potencia del impacto. No es el colmo de la originalidad, pero me inspiró. Aún no se me pasaba por la cabeza siquiera escribir, pero se me quedó en el subconsciente. Con la relatividad de Einstein en una mano, esos pocos segundos que parecen ocupar horas, mientras estás teniendo el accidente de tu vida. Precisamente en esos instantes que estás más cerca del otro barrio que de éste, es cuando más vivo te sientes. Allá o no un Dios, o un más allá, Alive plasmaba perfectamente esa sensación de sentirse bendecido. No es necesario procesar ninguna religión —ni ir a misa— para poder sentir espiritualidad. Los budistas no tienen ningún dios, así como tal, y tratan de trascender meditando. Eso de I feel so alive /for the veryfirst time / and I think I can fly (me siento tan vivo / por primerísima vez /que creo que puedo volar).
Como digo, no es poesía machadesca, pero sí es inspirador. Me pilló rondando los dieciocho, en esa época —que ahora veo— dorada, donde cada dos meses salía el disco del siglo. El heavy metal había dado un vuelco cojonudo para mí, que también me molaba el rap (vivan los Panzers, Violadores del Verso, Mentenguerra, Falsalarma, SFDK y la madre que los parió), y emergían de la nada grupos que combinaban tramos rapeados con guitarrazos acojonantes. P.O.D. (Payable on death, a pagar después de la muerte, mensaje rollo cristiano) nunca fue el buque insignia del nu metal, pero sí que dio buenos momentos, sobre todo el comienzo del disco Satellite. A ver, era su cuarto disco, habían salido en la banda sonora de Little Nicky (la peli no es Nolan, pero la banda sonora es casi sexual)… pero la campanada fue Alive. A partir de ahí, y analizado injustamente diecinueve años después —a toro pasado, todos somos toreros—, aquí mi menda se va a poner un poco cabroncete.
El disco tiene clarísimamente dos fases: el primer tramo, desde el primer guitarrazo de Set it off hasta el último coro de Youth of the nation. Lo mejor de ese sonido que estaban forjando: buenas guitarras, crudas, con una batería que es todo contundencia y todo plato, un bajo acojonante —difícil hacerlo destacar entre tanta locura, pero a la altura del bajista de Korn—, estrofas rapeadas y estribillos más lentos, que no se cantan, se gritan. Boom es una especie de autoparodia, que se llevó algún palo, aunque a mí me parece una buena canción, contundente y rápida. Youth of the Nation era la especie de baladita, con unos coros guapísimos y una batería sin platos, con mucho timbal. Cualquiera de las cuatro canciones, historia viva del nu metal y de lo mejor, mejorcito que dio la banda.
Aquí es innegable que hay un escalón abajo. A partir de Celestial, que es más una transición a Satellite, que le da nombre al disco. A ver no es mala canción, tiene todos los ingredientes que me molaban —y molan— de esta banda, pero no me suena tan original, tan chulo, como las cuatro primeras. Ridiculouses la que más juega con el reggae, entre Lauren Aitken y AsianDubFoundation (a mis coleguis de Dubinci Sound les gusta esto). The Messenjah tiene un buen puente y unos estribillos muy enérgicos, pero, lo que digo, no es tan fresco. Anything Right se nota una pasada que es una cara b, se parece demasiado a Alive, y no tiene ese componente desconocido que hace que una canción te flipe.
Without Jah, Nothin’ es puro punk. A toda hostia, a grito pelado, destructivo y divertido, con una transición al reggae que te mata. No es lo que puedes esperar de una banda como P.O.D., pero no está mal.
Es posible que aquí tengamos un caso System of a Down pero en pequeñito. Es decir, las cuatro primeras canciones son tan cojonudas que eclipsan el resto del disco. O a los diecisiete tenía tantas ganas de subirme a esa ola que me cribé mil veces el disco y ahora veo una verruga peluda lo que antes era un lunarcito. Me da igual. Me sigue pareciendo un disco —parcialmente— imprescindible.
Por haber definidido mi estatus de fan incondicional en una época donde el metal se ponía boca abajo, y haber definido —con otros muchos discos— mi adolescencia y mi mayoría de edad, que gracias a mi co Santi Pekeño Ternasko me estoy dando cuenta de lo lejos que pilla ya:
P.O.D. Satellite.