A veces la vida nos sorprende y, al menos en mi caso, rara vez, pero rarísima, es para bien. Tenía pensado qué iba a escribir este mes bajo el cobijo de mi hermano de infortunio Santi Pekeño Ternasko, pero he hecho un cambio de planes obligado por las circunstancias. El pasado domingo aparecía la noticia de la repentina y trágica muerte de Joe Gabardo y, si algo estamos haciendo mis amiguetes músicos, los junta-letras como yo y los fotógrafos es dejar constancia que en tiempo de mierdas virales, algunos nos empeñamos en hacer arte.
Por Teodoro Balmaseda
Conocí a The Boo Devils por su cantante, Al. Seguramente estoy rompiendo la cuarta pared, quebrando su personaje, y lo siento, pero tengo que decirlo. Debajo de esa actitud ruda, enérgica, de Billy Idol, se esconde un gran tipo. El tipo había descubierto que en Logroño había un matau (en La Rioja se pronuncia así) que hacía crónicas de conciertos, y me invitó a ir a verlos a Stereo. Mi rollo es más el punk garajero y el heavy metal satánico, pero sé quién es Johnny Cash o Duanne Eddy, y si oigo Rebel Yell, se me mueve sola la cabeza.
Mi prioridad cada vez que tiro líneas, por encima de todo, es crear una historia. No quiero limitarme a dar una lista de canciones y decir: «me gusta/no me gusta». Quiero hacer algo que trascienda, que, aunque no conozcas The Boo Devils, leas mi crónica y vayas a Bandcamp o a YouTube a ver qué son capaces de hacer estos tíos.
Joe llamaba la atención. El tipo tiene un aire a Bruce Springsteen, pero con la estética de Patrick Swayze en Outsiders. Era ese tipo de tío que, al primer vistazo, sabes que debes ir por las buenas. En cuanto agarró su guitarra, con Fabio y Emmanuel defendiendo, Ángel en el otro flanco y Al mirándonos fijamente, nuestro culo fue suyo durante un buen rato.
Joe en particular y The Boo Devils en general eran de esa gente que me acaban acobardando por el síndrome del impostor. ¿Cómo voy a decirle que no es buen músico a alguien que sabe mucho más de música que yo? Así que puse todo mi esfuerzo en crear una historia y cimentarla con sólidos argumentos.
Me perdí detalles del concierto por estar tomando notas, asegurándome de plasmar lo que hacían sentir. Al principio de los conciertos (el segundo que les vi, presentando Devil-O-Matic, pude disfrutarlo sin paradas técnicas para garabatear pijaditas), Joe estaba un poco más rígido, más formal, esforzándose por clavar cada nota pero, siguiendo la teoría platónica de las tres almas, en cuando los acordes llegaban a su alma visceral, se convertía en un coloso, bailando al ritmo de la música mientras rasgueaba en esa obra de arte que tenía por guitarra con la precisión que manejaba mi bisabuelo el dalle a principios del siglo XX. Era un espectáculo ver a un tipo tan grande y tan corpulento revolverse con esa soltura en el limitado espacio que ofrece el escenario del Stereo para una banda de cinco miembros.
Como seña de identidad de la banda, Joe dejaba su guitarra, sacaba la armónica y se dejaba los pulmones hasta que, sonriendo, le hacía un gesto a sus compañeros. No podía más, y los que estábamos debajo teníamos esa misma sonrisa casi de post coito. No coito como acto físico, sino como intercambio de energía, como una experiencia metafísica envueltos en guitarrazos, en los gestos de Al, en Emmanuel haciendo de funambulista sobre su contrabajo… en definitiva, habían hecho suyos nuestros culos durante un rato, y nos había gustado.
Hablando personalmente de él, no tratamos mucho, al menos no directamente, pero siempre me trató con respeto e hizo caso de mis observaciones, aunque, repito, él sabía mil veces más de música que yo.
The Boo Devils estaban planeando un golpe de timón, un cambio en la formación y en el sonido que iba a llevarlos a un terreno misterioso. Al me dio unas breves orientaciones sobre lo que quería lograr, y yo sólo pide abrir los ojos de par en par y asentir, deseando poder echarle una escuchadita. Pido a los dioses paganos Duanne Eddy, Little Richard y Jerry Lee Lewis que, pese a todo, el proyecto siga adelante. Después de un breve abrazo y conversación con Al, cuando iba a salir el Stereo, posé la mano sobre la espalda de Joe y compartimos una breve despedida.
Mi intención escribiendo esto es homenajear a un tipo músico que me honró con su respeto. Joe Gabardo existió, era un guitarrista y armonicista de la hostia, y nos dejó buena música.
Por ser un gran músico, merecedor de todo el respeto por su dedicación a su arte, y por recordarnos que esto no es para siempre:
The Boo Devils. Act one.