Otro mes más, otra visitilla a mi maño favorito, Santi Pekeño Ternasko. Hay veces que dejo macerar las ideas, que le doy unas vueltas y trazo por lo menos las líneas maestras de lo que quiero decir, pero hay otras veces que me atropellan. Martillo Fontana, la cantante de The Capaces, colabora en un podcast, Akelarre que, como su propio nombre indica, habla de brujas, de misterio, de historia…
Su sección trata de músicos malditos, y su última intervención es una excusa perfecta para turraros las corneas con mis pijadas metafísicas.
Por Teodoro Balmaseda
Estoy presentando el libro que tengo recién publicado, Candelarias de la Virgen, y me ha pasado de rebote. Digamos que la viga maestra del libro es un tema sobrenatural, y sobre todo la explicación y la utilización que hace cada personaje del acontecimiento en sí. Claro, cuando estoy dando la tabarra a los valientes que vienen a la movida, expongo mi idea fundamental: no seamos perezosos. Me parece cojonudo que te identifique una idea política o religiosa, la que sea, pero me molesta cuando se usa para ahorrar trabajo: me hago católico porque no tengo que pensar, mucha misa, mucha devoción y me ahorro pasar por las grandes preguntas: ¿Quién soy? ¿De qué está hecha la materia que me conforma? ¿Qué pasa después de la muerte?
La batería inmisericorde de Sorrow, en mitad de un punteo lacerante, introduce el tema. El caso es que Martillo trajo la historia de Jill Janus. Era una vocalista de metal, con un chorro de voz que te mete los ojos para adentro, pero que tuvo una vida… bacheada. Se crio en una familia que profesaba una relación pagana, relacionada con la wicca, de esto no sé mucho, así que vamos a definirlo como druidas, brujería (en el sentido de medicina natural), vida en la naturaleza…
Hasta ahí, pues todo bien, que cada cual… pues no. Flesh, con un estribillo como una broca rodeando la potente voz de Jill, nos lleva un pasito más allá en la historia. Desde pequeña, Jill empezó a acusar síntomas de una enfermedad mental, de trastorno bipolar. En su caso concreto, eran periodos prolongados, de varios días, con una etapa psicótica, de básicamente una euforia desenfrenada que la llevaba a actuar de una forma temeraria, como si estuviera invadida por la soberbia más grande del mundo, con unos tramos de depresión que la arrastraba por el fango más sucio.
En la infancia de Jill, aprovechando el ritmo un poco más pausado de Brian, sus etapas la llevaban de ser una abusona, una bully, con sus compañeros de clase, a entrar en fases depresivas que casi no le permitían ir a clase. Y aquí viene el primer tema. Cuando el estado de Jill empezó a evidenciarse, su familia lo asoció a un tema religioso. Estaba “tocada por los dioses”, o por el otro mundo, o por los espíritus de los bosques, de la naturaleza… era una especie de elegida, y lo que tenía era un don.
I wanna wake up, pese a ser escrita décadas después, suena a eco de lo sucedido en aquellos años. Mis conocimientos de psicología caben en un post-it, y te sobra la parte de atrás para la lista de la compra, así que intentaré aplicar la lógica evidente. Si tienes un trastorno bipolar no diagnosticado y, cuando estás surfeando la gran ola de la euforia, te hacen creer que eres la elegida, una especie de vehículo entre la madre naturaleza y la humanidad, me imagino que es intentar apagar un fuego con gasolina. Mania sigue también con esa aura de eco a través del tiempo, trascendiendo hasta la propia existencia de Jill, mientras trato de imaginarme la situación, de ponerme en sus zapatos. Yo siempre he sido de autoestima baja, pero en un momento de euforia, en una coyuntura favorable que me hiciera soltarme la melena… seguramente necesitaría tranquilidad, estabilidad, lo que me lleva a mi siguiente idea: no me des lo que quiero, dame lo que necesito.
La situación de Jill tiene varias aristas peligrosas: primera, comenzó en la infancia; segunda, era un problema mental no diagnosticado; y tercera, probablemente no recibió lo que necesitaba. Tampoco quiero cargar las tintas, es muy difícil para todos, para Jill y para su entorno. Lo que critico es el enfoque. Me parece cojonudo tener creencias religiosas, espirituales, pero no me gustan esos atajos, ni la interpretación de toda la realidad en base a esos principios sin hacer un mínimo análisis explorando otras alternativas.
Four blood moons me está recordando al Creeping Death de MetallicA, cuando Newsted empezaba a berrear Die! Die! La vida de Jill tampoco fue un continuo valle de lágrimas, una bajada infinita al más sucio averno. La ingresaron por primera vez en el psiquiátrico —vamos de paso a quitarle el estigma, aquel lugar no era Alguien voló sobre el nido del cuco, y, aunque yo hable en pasado, estamos a principios del milenio, los tratamientos habían evolucionado mucho—, y salió mucho más estable, mucho más recuperada. Por lo visto, le sirvió como ejercicio de auto-exploración, para conocerse y manejarse a sí misma de una forma más «natural».
No lo afirmo con rotundidad, pero quiero imaginarme que, de este tipo de trastornos, la bipolaridad, la disociación de personalidad… no terminas de salir nunca, siempre puedes volver a desestabilizarte. Mientras lo escribo estoy pensando en la perogrullada que me acaba de salir. ¿No nos desestabilizamos todos? ¿No tenemos días más contento, con más energía, más tristes o más irascibles? Imagino que para Jill sería lo mismo, pero multiplicado por diez. Static y su sonido thrash metal le ponen sonido a la mala noticia: en 2015 le detectan cáncer de útero. Pese al shock inicial, ella se encuentra bien de ánimo, dice que tiene ganas de vivir, de luchar…
Y lo consigue. Se repone, pero por el camino la relación con la banda pasa por una época de fricciones. Finalmente, y después de una época de silencio, Jill terminaría suicidándose en 2018. Tampoco soy su biógrafo, ni quiero dar lecciones de nada. No sé si hay un evento o una persona culpable, un detonante de todo lo que sucedió, no sé si Jill obtuvo lo que quería, lo que necesitaba o las dos cosas, y tampoco sé si la interpretación religiosa wiccana que le dio su familia a los primeros síntomas de la bipolaridad fue relevante en el conjunto de su vida, así que esta historia va a terminar sin moraleja: puedes disfrutar de un buen disco de heavy metal, de una vocalista de la hostia, y si quieres, puedes leer sobre trastornos mentales, sobre la vida de Jill o sobre su experiencia en Playboy.
Por formar una de las historias más impactantes del metal, por poner en relieve la importancia de los trastornos mentales, en plena era de la violencia económica sistemática, lo que hará que estos casos sean cada vez más frecuentes y, desde un punto de vista, por ofrecernos unas cuantas buenas canciones:
Huntress. Static.