Hoy vamos a hablar de música y de metafísica. Duane Eddy y Dios como concepto filosófico, más que religioso, nada menos. ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra?
Por Teodoro Balmaseda
He visto —me eduqué en un colegio de monjas— a creyentes mirar a un ateo como si negara la ley de la gravedad, y también a ateos mirar a creyentes como si invocaran a Superman. Aunque tengo mis ideas, intento mantener las miras abiertas y el respeto porque el mero hecho de que la gente reflexione sobre metafísica, sobre filosofía, es positivo. Repito: reflexione, no absorba dogmas sin pensar. Nadie ha podido demostrar que haya un Dios, o varios dioses, pero tampoco se ha podido demostrar lo contrario. No sabemos qué forma tiene el universo, ni siquiera si es finito, no sabemos cómo existe la materia que conforma todo lo que vemos y a nosotros mismos si habría un universo de antimateria. Ni siquiera sabemos de qué están hechos las partículas subatómicas que conforman todo. No dejamos de ser mamíferos bípedos que hablan. Humildad.
En la vida he tenido problemas —como todo el mundo—. Desde niño he visualizado este tipo de situaciones conflictivas como si mi vida fuera una carretera y tuviera un obstáculo que superar, o como si me enfrentase a un cruce donde es difícil decidir qué camino tomar. No fue hasta los casi veintisiete años donde me enfrenté a un problema al que no le veía solución. Era como si la carretera donde transcurría mi vida terminase en un muro, o en un acantilado donde iba a despeñarme.
Por aquella época descubrí a Duane Eddy, sobre todo el disco recopilatorio al que hago mención (aunque este tipo es uno de los grandes y merece la pena oírlo hasta hacer la lista de la compra), y se convirtió en la banda sonora —cíclica, en forma de mantra— de mi vida. En cuanto oí por primera vez Fourty Miles Of Bad Road caí rendido a sus pies. Esa especie de punteos graves, casi como si puntease con un bajo, era algo que no había oído nunca, y mi concepto de disco instrumental se acercaba más al metal, por ejemplo, como Joe Satriani, y no tanto a estilos como el honky tonk, como el rockabilly o ese rock de los años cincuenta, esa aura de la vieja escuela.
El caso es que mi verdadero amor fue Rebel Rouser. Soy tan iluminado que en la pantalla me salía el título cortado, y durante años he pensado que la canción se llamaba simplemente Rebel. Cuatro notas sueltas, de la escuela de Django Reinhardt (otro maestro total), una batería trotona y un saxofón que le daba la réplica, una especie de dueto operístico pasado por el filtro del rock.
Más allá de la parte musical, las estaba pasando putas. Cuando tú te enfrentas a un problema concreto, con una solución concreta, en un momento dado puedes pasarlo mal, pero al final te repones y sigues adelante. Cuando delante tienes un problema intangible, indefinible y, sobre todo, que no depende de ti, te reduce a una especie de títere, espectador de tu propia vida, y sólo te queda contener el aliento y mirar con ojos de terror, como una vaca en la línea de entrada del matadero. Es cierto que el cerebro tiene mecanismos de defensa. No puedes estar meses en estrés total, así que más tarde o más temprano, las pulsaciones vuelven a su ser y el estómago deja de encogerse.
Un día, en pleno pico de estrés, en ese punto donde el miedo y la angustia me habían arrebatado la mitad de las horas de sueño y las ganas de comer, iba en el coche por una calle cerca de mi barrio, cuando empezó a sonar Cannonball. Mis manos estaban al volante, pero mi mente estaba a cientos de kilómetros, revolcándose en la penumbra que traía el futuro.
En ese momento, hice una promesa. No iba a volver a poner ese disco hasta que no se me solucionase el problema. No sé si se lo pedí a un hombre muy grande con una espesa barba blanca, a Bukowski, a John Lee Hooker o a la Pachamama, pero me sentí aliviado al momento, y dentro de las tripas sentí que se iba a arreglar. Si en la carretera que era mi vida había un muro de hormigón, apareció un arcén por el que poder transitar improvisadamente.
A ver, que no quiero mandar a nadie a misa. Puede ser que tenga una explicación perfectamente física, que fuera algo dentro de mi cabeza, que fuera un proceso de mi propia maduración. No lo discuto, pero hasta esa especie de efecto placebo tiene una repercusión. Lo verdaderamente importante es que la gente piense. ¿qué pasa tras la muerte? Nos pudrimos, vale, ¿y? Si estamos formados por materia y energía y nuestra materia se pudre, ¿qué pasa con nuestra energía? ¿Podría el universo, con toda su materia y toda su energía, funcionar como un solo ente? ¿Imaginar un universo como si fuera una especie de cerebro gigante?
Repito: dogmas, pocos. Simplemente la capacidad de pensar, de reflexionar, de analizar todo a nuestro alrededor y a nosotros mismos. Sólo el que se conoce a sí mismo y el que se cambia a sí mismo puede tener la capacidad de cambiar el mundo.
P.D. Obviamente, aquel problema se solucionó. No se acabó el mundo ni la Tierra dejó de girar y, como homenaje, Rebel Rouser se ha convertido en la presentación de mi sección en Urmemetal On the Truck.
Hoy es un día muy especial. Cumple años una personita que me tiene invadida parte del corazón. Hemos recorrido un camino diferente, poco ortodoxo, pero cuando miro atrás se me encharcan los ojos, lo que quiere decir que me estoy haciendo viejo y que hemos llegado al mismo punto. Cuando pienso en que alrededor de esta personita se plantea otro de esos cruces de caminos que parece no tener solución, a pesar de que la edad me haya dado otra madurez, y que la carretera de mi vida no deje de ser un ramal secundario en este contexto, las sensaciones no son diferentes.
Por ser parte un germen del rock, un pilar de todo este rollo, y por haberle puesto banda sonora a un momento jodido de mi vida, además de darme la excusa de hablar de metafísica, una de esas cosas que hay que eliminar de los planes de estudios que no valen para nada (irónicamente):
Duane Eddy – 21 Greatest Guitar Hits.