Saltar al contenido

Historias de Rock con el 8: Celtas Cortos

Que dice mi coleguita, más coleguita que nunca, Santi Pekeño Ternasko, que le traiga discos relativamente nuevos, que esta vida moderna, los algoritmos y la madre que los parió premia las novedades.

Por una parte lo entiendo, y trato de cumplir sus deseos, pero estoy en uno de esos momentos donde tal vez lo mejor sea reagruparse y regresar, como un lobo de mar, con la rosa de los vientos tatuada en el pecho.

Por Teodoro Balmaseda

Acabo de darme cuenta. 28 años tiene el puto disco. Estaba el Logroñés en Primera, el Zaragoza aún tenía fresco el gol de Nayim al Arsenal, un piso se podía comprar por unos diez millones de pesetas (sí, unos sesenta mil pavos, cuando se estaban cobrando unas ciento veinte mil, unos setecientos, de sueldo), el capitalismo aún no había palmado y la vida no iba tan rápido.

Recuerdo cuando me pasaron este disquito. En el año 99, porque un disco podía seguir escuchándose meses después de haber salido, una cinta TDK, pero no de 90, de 120 minutos (que valían un pastón las cabronas). En cuanto oí No nos podrán parar, supe que en mi anterior vida he sido irlandés. Yo estaba en mis florecientes quince años, empezando a encontrar, si no mi sitio en el mundo, al menos un sitio, un primer grupo de colegas… puede parecer una idiotez, pero fue la primera vez que estaba en grupo ajeno a mi familia y me sentía querido, así que los Celtas siempre han sido una especie de refugio, de rincón feliz, símbolo de que las cosas pueden salir bien.

El pelotazo. ¿Cómo cojones pueden ser un violín y una flauta tan divertidos? Ojalá supiera bailar como los irlandeses, dando saltitos y moviendo sólo los pies. Venga, al turrón. A mí el postureo me toca los cojones. Así, para ir abriendo boca. Decía Galeano que vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto… y por desgracia, tiene razón en casi todo. Pasó en la pandemia, que todos nos queríamos un montón e íbamos a salir mejores. Pasó con aquella idiotez de echarse un cubo de agua por encima, maravilloso para el postureo en redes, pero no donaba ni Cristo para la causa que lo ideó, y pasa cada día. Influencersyoutubersgilipollers que se van al culo del mundo cámara en mano —o con una unidad móvil de Callejeros, para poder hacer contraplanos—, presumiendo de solidaridad.

Mientras suena 20 de abril (¿del 90? ¿35 años ya?), puntualizo: el mal de esta generación es la información. No es la falta de información, más bien todo lo contrario. Estamos en la época de mayor intoxicación informativa de la historia, quitando los mentiruscos de Goebels. Auténticos especialistas en tirar bulos a mayor velocidad de la que pueden desenmascararse copan los medios, estómagos agradecidos de los amos del cortijo. En esa oleada de aguas fecales bajando como el aliviadero de una presa, tenemos que navegar y, en medio de la inmundicia, tengo que decir con más miedo que alma, que la realidad me duele. No es postureo, me importa tres cojones si esto no lo leemos más que yo al corregir y Santi Pekeño Ternasko, que ojalá que no, o si hay cientos de millones de likes en las redes.

Haz turismo demuestra lo que digo. Pasan los años y no movemos medio metro el renque. Hace casi tres décadas de este concierto donde hablaban de los mil escarceos de la CIA, sembrando la democracia y la libertad por ahí (Videla, Pinochet, Somoza, Idi Amin, Afganistán, Irak, Libia…), y el otro día vi un anuncio de una rubia del este pidiendo en un castellano fonético que me aliste para defender la libertad en Ucrania. Me imagino que Zozulya y el hijo de Zelenski estarán justo delante de mí, esperando reclutamiento.               

¿Qué voy a hacer yo? No hace mucho tampoco que, a modo de andanada, de aviso tontorrón, soltaron que, en caso de guerra, marchan los primeros los que andan entre 19 y 25 años. Es decir, estudies o no, sales a un mercado laboral salvaje, donde mientras los sueldos suben un 10%, los pisos o los coches han subido un 300%, tal vez más, lo que materialmente te condena a una vida de supervivencia, de esquivar desahucios y pasar malos tragos en la ITV, para que encima tengas que ir a tragar mierda a una trinchera, como dijo Muhammad Ali, a matar pobres como tú, para defender un sistema que te desprecia.

Romance de Rosabella, hablando de identidades de género, con un formato de historieta y un sonido caribeño, los pone el paso del tiempo en una empatía premonitoria, mientras agrupo ideas. Leo filosofía, y trato de entender. Dice Spinoza que la libertad es la ignorancia subjetiva de los factores que te determinan. Claro, si partimos de un punto de vista materialista, donde las condiciones materiales marcan lo que pienso y no al revés, no es difícil derivar al determinismo… y me hace sentir ahogado. No puedo aceptar que mi historia esté escrita, aunque es obvio que los contactos de mi familia y mi código postal marcan el 90% de mi futuro (y del tuyo… y de la hija de Amancio, o de la sobrina de Botín.)

Gente impresentable me da pie para abrir otro melón: la geopolítica. Es la era de la geopolítica. Hasta el presupuesto del último pueblo que tengas en mente viene condicionado por esta especie de nuevo orden multipolar, más allá del fin de la historia en los 90, después de caer la URSS. La mayoría de políticos son analfabetos útiles que, en cuanto ven un micrófono, compiten por soltar la mayor gilipollez o la cabronada más grande, sin saber qué es la vergüenza ni cómo se escribe, pero ni siquiera es por convicción, ni por vocación. Están preparando, como Pablo Casado, Riverita el de «hay que quitar las indemnizaciones por despido», o como intentó Alberto Garzón, que no logró por la izquierda intransigente (tócate los cojones), una jubilación dorada a los 40, hartos de tanto madrugar. Cuando levantas la mirada, el panorama no es mucho mejor. Un pedófilo a medio descubrir, racistas extremos y niños de papá, millonarios pero incompetentes, dirigen occidente con mano de hierro al cataclismo, viendo a la UE, que tantas bendiciones nos iba a traer (y ha convertido a los PIGS en el chiringuito y la casita de vacaciones de los europeos buenos), hacer buena aquella frase de Kissinger: «lo único más peligroso que ser enemigo de los gringos, es ser su aliado».

Con estos mimbres, aterrizamos en El túnel de las delicias. Esta es la buena. Un violín, una batería, y el espíritu indomable de todos los pueblos masacrados por imperios que acabaron colapsando bajo su propio ego. Dice Chomsky: «Palestina no tiene dinero, ni aliados, ni recursos. Por lo tanto, no tiene poder, ni derechos». Imprescindible leer El Mito Del Idealismo Americano. Yo soy guapo, pero idiota. Aprende de alguien mucho más listo que yo. El problema de las democracias liberales occidentales es que tienen un principio muy hermoso pero muy fácilmente corruptible. Es casi instantáneo pasar de «una persona, un voto» a «un euro, un voto», y entonces ves que Floren, Amancio o el giñahorquillos de Garamendi, que puede acariciar mis sedosas posaderas con la lengua en tenues movimientos circulares, tienen un peso específico que no tiene ni tu puta comunidad autónoma entera. Por eso se explican casos como Nixon, más preocupado de atizar hippies que de escuchar a su gente, o el criminal de guerra José María Aznar, que todavía anda buscando las armas de Sadam, cuando tendría que compartir pabellón con Milosevic.

Hacha de guerra, otra instrumental que te llena los pulmones de aire limpio y la mente de ideas rompedoras. Seguramente el futuro sea común, probablemente pasen otros treinta años y no viva esa coyuntura cambiante donde poder establecer unos mínimos: pan, un techo, salud, educación, tiempo libre y en Nochevieja una copita de anisete, para todo el mundo, cada cual, según su capacidad, a cada cual según su necesidad. Pero, aunque no lo viva, hay ligeras esperanzas, como un rayo de luz suelto en mitad de un nubarrón espeso. Unas pocas docenas de valientes, con cuatro embarcaciones y un par de cojones bien puestos, se han presentado bien cerquita de Gaza, se han presentado delante de los malnacidos de los sionistas y, con los ojos de la historia, han dicho: «el hoy es malo, pero el mañana es nuestro». Netanyahu el otro día en la ONU hablando solo, como cuando al bastardo de Ariel Sharon lo tuvieron que quitar de la vida pública porque Yahvé tuvo a bien dejarlo hecho una lechuga, son de esas pequeñas victorias, de «venceréis, pero no convenceréis», que nos da la vida. Y no tengo tan claro que vayan a vencer. Tenían la razón en un mundo unipolar, con Reagan, la Thatcher, el fin de la historia, el éxtasis humano es el capitalismo… pero ahora tienes un nuevo bloque (por cierto, de despreciados por ese sistema), los BRICS, que ganan en esperanza de vida, en tecnología, en recursos y en medios de producción y que, aunque sea por empatía básica, no están muy por la labor de exterminar a unos pobres desgraciados por dar palmas a una sarta de racistas. Los talibanes son lo que tú quieras, pero pregunta a un sionista qué es una mujer y qué es un infiel.

Por dejarme soltar toda la mierda, un batiburrillo de ideas filosóficas, políticas y musicales, que me estaban haciendo un nudo corrosivo en la garganta y por recordar un tiempo donde, tal vez por mi edad, todo parecía mucho más factible:

Celtas Cortos – Nos Vemos en los Bares. 1997

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *


Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.