A veces el tiempo nos guiña el ojo y nos sonríe. Era yo un jovenzuelo ignorante (actualmente sólo conservo una de las dos características) cuando echaron un concierto en la tele. Cuatro mendas que, entre canción y canción, se decían «te quieruo». «¡Ou, qué bonitou! Io también te quieruo», y empezaban a cantar Cabrón. Aquel concierto se acabó, empezó la publicidad, y no me enteré de quiénes eran. Por suerte, en aquellos intersticios rockeros en las noches de un canal inglés que pillaba de rebote, vi Under the bridge, con aquella carrera a cámara lenta, en plan Carros de fuego. Al menos supe que se llamaban Red Hot Chili Peppers.
Por Teodoro Balmaseda
Ya era más mayorcete cuando en la Mtv anunciaron como el apocalipsis lo nuevo de Red Hot Chili Peppers. La presentadora se esforzó en berrear el estribillo de Californication, aunque me quedé con cara de portero goleado porque no la conocía. Después de un zoom loco, empezó la guitarra. Red Hot Chili Peppers es de esas bandas que siempre me saca una sonrisa… porque no entiendo un carajo. Un tipo que está a medio camino entre el de «pim, pam, toma lacasitos» y Jane Fonda en los videos de aeróbic secuestrando a Anthony Kiedis en un taxi, recorriendo la ciudad como un maníaco y deteniéndose en un túnel y haciendo el baile de la lluvia, con bengalas y todo. Llegaban Flea y Frusciante al rescate y se acabó. Me quedé flasheado. ¿Qué acababa de ver? Luego empecé a centrarme en la música, sobre todo cuando di con un miniconcierto de presentación del disco. Qué barbaridad de bajo. Ahí me enamoré de Flea, y sigo convencido hasta hoy de que este loco del pelo azul es el mejor bajista del mundo.
Universally Speaking, Dosed… son buenos ejemplo, como otro cualquiera. La batería es limitadita —ojo, sin polémicas, es como Charlie Watts es The Rolling Stones. Estoy seguro de que Chad Smith y Charlie Watts son unos baterías de la hostia, pero en la banda, alguien tiene que hacer el trabajo sucio, la estructura, lo que no se ve—, y la guitarra de Frusciante… digamos que va a su rollo. Aporta más en los coros que como guitarra rítmica, así que todo el peso instrumental recae en los hombros de este hombre del renacimiento —también es actor—, que no tiene problemas en llevar a cuestas todo el sonido de la banda, aderezando además con un montón de virguerías, con las cuatro cuerdas.
Flea es todo lo contrario al rock de tres acordes, al bajo de cuatro notas abrasando púa pero con la mano izquierda de dos dedos. Es toda la canción una locura pasando de un traste a otro a toda velocidad y creando una especie de dibujos sonoros —que no entiendo de música, cierra los ojos y pon Don’t forget me. Acabarás viendo las notas con forma de estrellas fugaces bajo tus párpados—, que son el alma de Red Hot Chili Peppers.
This is the place, vista con casi veinte años de perspectiva, me recuerda mucho a Pearl Jam, sobre todo en los estribillos. Sigo sin ser ningún experto en ninguna de las dos bandas, pero desde luego que en 2002 no tenía ni puta idea, y ahora me doy cuenta de los detalles que se me han pasado por alto.
The Zephyr song fue el siguiente single del disco. un videoclip que era un truco de imagen, digno del Crazy de Gnarls Barkley (cita pendiente para otro 8), una especie de balada que tampoco es especialmente pastelosa, buena voz, buenos coros con pijaditas a la guitarra, y ese bajo marca de la casa, viga maestra de toda la creación de estos cuatro californianos.
Can’t stop es de esas canciones. No tengo ni idea de por qué, pero me encanta. Genera buen rollo. Te saca una sonrisa. Ni que decir tiene que ver a Flea tocando es un espectáculo.
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Por mantenerse siempre con una personalidad audaz, expeditiva y con ganas de experimentar, pero sin dejarse llevar por la corriente funk, ni rock, ni nada, y por tener en mi opinión a un dechado de virtudes de bajista, que me sigue haciendo caer la baba cada vez que lo veo hacer virguerías a las cuatro cuerdas:
Red Hot Chili Peppers – By the way.