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Historias de Rock con el 8: Akrasy

Hay cosas que damos por supuesto, seguramente por dejar cierto margen de fe al contrato social, que mencionaba Rousseau, para evitar la angustia que nos invade al darnos cuenta de que no hay nadie al volante.

Ahora está de actualidad el código deontológico de los periodistas, es decir, el periodista que no miente, el médico que lo hace por vocación, que no se ha hecho cirujano «porque se gana bien» … De igual manera, entendemos que la educación es algo neutro, una especie de lluvia divina de conocimiento, completamente neutra y desinteresada. Por eso mismo lo primero que hizo la Iglesia después de la Guerra civil fue adjudicarse la educación.

Por Teodoro Balmaseda

Decía Ortega y Gasset —no sé cuál de los dos—, «yo soy yo y mi circunstancia», y yo también soy yo. Y mi circunstancia. Mira que le doy vueltas al coco, que harto a mi estimado posadero Santi  Pekeño Ternasko (lo mejor que dio Aragón desde los caramelos del Pilar), pero, por muy lejos que quiera navegar, mis pies están llenos de la sal de dónde me he criado.

Overture, con ese sonido a lo Led Zeppelin y esas baterías a lo Keith Moon, me da el pie. Yo me crie y eduqué —más bien haraganeé— en un colegio de monjas. Todo por la educación de los niños. Una entrañable anécdota: yo no tenía ni puta idea de quién era Freddie Mercury… bueno sí, un tío con bigote que cantaba con la gorda subidos a un balcón ¡Barcelona!, a grito pelado. Oficialmente Freddie Mercury murió en domingo, pero la noticia tardó un par de días en llegar, o tuvo estela, porque era tal que un martes a la tarde. Yo tendría 6 años, y a los pequeños nos ponían en fila y entrábamos en clase en fila, porque a las entrañables monjitas esa disciplina marcial les hacía el culo Kas de limón. El caso es que estaba yo en la cola, esperando a entrar, y dos padres —si no de compañeros de clase, andarían año arriba, año abajo—, empezaron a hablar.

What’s love empieza con un bajo a lo Newsted en Wasting my hate, y me sirve para reconectar con mi versión de 18 años, que aún late por algún recoveco polvoriento de mi cráneo. Misterios del cerebro, y de la memoria. Ni puta idea de cuándo comí lentejas por última vez, o de cómo se llamaba el bajista de los Limp Bizkit (y escribí sobre él hace un mes), pero tengo nítida en la memoria aquel retintín y aquellas risitas cómplices mientras hablaban de Freddie. «Claro, hacemos cositas, y nos pasa lo que nos pasa». Mejor título imposible para reconocer la evidencia: yo he vivido, aun siendo muy crío, el momento histórico donde el SIDA se veía con buenos ojos, porque era un castigo para maricones, sarasas, invertidos, y demás pecadores que iban derechitos al caldero de Satán. Hay una serie, It’s a sin, que lo refleja muy bien, aunque sea en Inglaterra.

This is me, con otro comienzo minimalista para acabar tendiendo a un viaje lisérgico a lo The Doors, me mantiene en el pasado. El problema, sobre todo de nene, es que crees que, si te educan, lo hacen por tu bien, lo que decía en el primer párrafo, la educación no es sólo memorizar fechas, sino que son un conjunto de valores que se supone que van a moldear a la persona que serás en el futuro. Si te lo dicen, por algo será. Todo era un sistema casi, de idealismo platónico: la mejor educación posible, con los mejores valores posibles…

Party y su bombo impenitente, rozando la música electrónica en la sala de máquinas, pero con un guitarreo muy System of a Down, revela la triste verdad: lo jodido de que te manipulen es cuando no te das cuenta. Un prejuicio tiene, al menos a mis ojos, dos posiciones: el prejuicio activo, cuando odias a alguien por ciertos rasgos que unes a una experiencia personal desagradable (un incel, odia a las mujeres porque ni se le acercan; un tránsfobo que odia a las chicas trans porque siente vibrar sus pantalones cuando ve una…); y el prejuicio pasivo, que es una mierda que te han metido en el coco a martillazos, pero está ahí, latente, como un troyano en el ordenador.

Feelings y otra vez ese bajo metalero que me flipa, pero estallando en algo más ópera rock, como el Tommy, de The Who, me permite ahondar en ese comedero de tarro. Aviso a navegantes: llegad hasta el final. Sé que voy a decir cosas jodidas, pero negar el viaje es negar la realidad. A mí me metieron en el coco que la vida se dividía en dos grupos: nosotros, los «normales», y ellos, los que, por alguna satánica motivación, se empeñan en salirse del renque. Para las tiernas monjitas, Sendero Luminoso era lo peor que había pasado en la historia, pero los milicos en Colombia, los escuadrones de la muerte en Brasil… silencio total. De Franco ya ni hablamos. No sabe/no contesta.

Even Better Than The Best Dream, irónico título para el momento que estoy a punto de exponer. Cuando descifré las clases sociales, aun sin tener ni puta idea de marxismo, y abracé mi condición de proletario, sonaron por primera vez dentro de mi cabeza cristales rotos: me habían metido a martillazos, la obediencia, el trabajo duro, el no cuestionarse las cosas, el sometimiento voluntario, no a la palabra de Dios, sino a los que se mimetizan con él, como decía Nietzsche en el Anticristo, haciendo imposible negar su palabra sin negar al propio Dios. Era un prejuicio, y tenía que romperlo. El estribillo suena a libertad, a felicidad. Un poco de Rocky Horror Picture Show, y un trance perfecto para el primer ladrillo del tipo en el que iba a convertirme.

More tan Friends. Tiene un aire a Sweet Dreams, y una riqueza instrumental que me pone los pelos de punta. El caso es que mi vida siguió con un prejuicio pasivo latiendo en mi cabeza, sin darme yo cuenta. No es que fuera activamente homófobo, no es que quisiera matar a todas las lesbianas del mundo, pero dentro de mi cabeza estaba la idea de «¿qué necesidad de meterse en jaranas, con lo fácil que es cumplir esa norma no escrita?». Claro, hilando un pensamiento con otro… si me toca los cojones esa visión de clase obrera sinónima de vasallaje, Alfredo Landa en Los Santos Inocentes, que ni sabe lo que es la dignidad ni se va a romper la cabeza en descubrirlo… ¿cómo me iba a quedar de brazos cruzados cuando a un chaval le hacían un exorcismo para que fuera menos gay?

Aquí empieza la parte II de Tsunami, con una overtura guitarrera, minimalista también. Hay influencia de Systemof a Down, empezando con una guitarra juguetona antes de ir al meollo del asunto, en este caso con teclados, o un órgano Hammond, o… yo qué sé, el órgano de la catedral de Notre-Damme creando una especie de ópera metal, una especie de Sinfónica + Korn, como en el S&M de MetallicA.

Aprovechando que el  Ebro nace en Fontibre, y pasa por aquí cerca, sigo con mi rollo. El hecho de rechazar intelectualmente un prejuicio no te libera automáticamente. Es como una actualización cabrona del Windows: te ha dejado mierditas diseminadas por ahí, y vas a tener que ir eliminándolas una a una. Más allá del respeto —evidente—, podía entender la homosexualidad, o la bisexualidad racionalmente, pero la transexualidad… hasta que conocí a Paris Lakryma. Además de ser una de las mejores baterías del metal actual —y me cae mejor que Lars Ullrich—, ha hecho activismo a su manera, exponiendo su caso y su vida, y explicándolo para idiotas. Me costaba asimilar algunos conceptos, extrapolar la teoría a la práctica. Leer libros sobre transexualidad, como no sean muy muy recientes, es una experiencia aciaga, porque es leer el vademécum de un psiquiátrico. Tiene un tono de doctor Mengele deshumanizador, como Freud en su peor día, pero al hacerme amiguete de Paris… digamos que muchos temas se me aclararon… y volvieron a sonar cristales rotos en mi cerebro.

Scum empieza con una batería épica, que pasa a tener un toque caribeño, casi funky. El disco hace su viaje, camino a convertirse en un musical, mientras yo sigo haciendo el mío. Conocer a Paris me aclaró dos cosas: la primera, es que mi cociente intelectual no es para presumir, porque mi asimilación de conceptos (transexualidad, sexo, género, cromosomas, gónadas, constructo social, dead name…) es flojita, por no decir deficiente; y la segunda, aunque no por ello menos importante, que me habían manipulado. ¿Cómo puedo decirle nada a cualquier transexual, chica o chico, del mundo, si ni yo mismo puedo definir que es un hombre, o qué es una mujer? Hay medio millón de casos, como la pobre Caster  Semenya, la atleta que pasó un calvario, que demuestran activamente que no existe un ser totalmente hombre o 100% mujer. Hay hombres calvos, velludos, imberbes, flacuchos, musculosos, gordos, altos, con una picha de tres centímetros o con una anaconda de echarte a correr colina abajo.

That day. Una guitarra que empieza con un toquecito a lo Hero of the day, de MetallicA, pero con un toque de Tonight,Tonight, de The Smashing Pumpkins. Ese rollo onírico que arrastra la parte instrumental, como Orfeo saliendo del Hades con Euríale detrás, da contexto a ese ejercicio de honradez. Sigo sin poder definir claramente qué es un hombre o qué es una mujer, y la ciencia tampoco lo deja muy claro, por mucho que joda a los catetos. La biología humana no se divide en XX o XY, hay cientos de variedades (soy de letras, llego hasta aquí), y no son menos humanos.

Forget My Breath es la última parada, de momento, porque el disco tendrá más entregas, y me lleva a la abocada conclusión. Toda esta música ha sido creada por Raquel la Acuna, doctora, multinstrumentista, una de las personas más inteligentes que vas a conocer, si no es superdotada, no le debe faltar mucho, y además una persona hecha literalmente a sí misma, con una forma sincera y directa de expresarse y una inteligencia emocional cuidadosamente construida. Pues esta persona, a la que me honro en llamar amigo, es una persona no binaria (no lo creerás, pero es otro concepto que hace que se me tambalee la forma de entender la realidad que me han metido a martillazos). Raquel se sale del maniqueísmo masculino/femenino, pero elige que el pronombre que la represente sea el femenino, y no el neutral. Nota para pollaviejas: no cuesta nada preguntar: «¿cómo te hablo?», «¿qué pronombre te representa?» …son sólo letras, son sólo palabras, pero tienen importancia porque construyen el concepto de identidad.

Por alejarme del concepto «pollavieja», que me viene persiguiendo a medida que se acerca mi tarta de cumpleaños, y por dejarme disfrutar de un talento enorme:

Akrasy. Tsunami Pt. 1 The Dream & Pt. 2 The Truth. 2016

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