Hace un par de meses me quedé jodido. ¿Quién soy yo para criticar la obra de nadie? En ese caso hablaba de Korn y, aunque me mantengo en mis gustos parciales con su discografía, no quiero asumir el papel de augur. Sólo soy un tipo que escribe, y meto unas cagadas épicas. Este mes vamos a hablar de una de ellas, tal vez no la más gorda, pero el tiempo y la evolución de las bandas han demostrado la flagrante omisión y la injusticia que hubiera cometido y creo que he corregido a tiempo.
Por Teodoro Balmaseda
La primera vez que supe de Incubus no había sonido. Fue en la entrevista que le hacían en una revista que solía comprar habitualmente. Como digo, no había escuchado ni una sola nota de estos tíos y leí por encima las palabras de Brandon Boyd, su cantante. Viendo las fotos que ilustraban el texto, me pudieron los prejuicios. Este tipo parecía salido de una boy band, de esas típicas de los 90, de esas que forraban las carpetas de las colegialas. Cuando pegué una barrida por las fotos y vi al resto de la banda —por cierto, sigo confundiendo a su batería, José Pasillas, con Brad Wilk, de Rage Against the Machine o Audioslave—, con ese guitarrista con cara de empollón vestido a lo John McEnroe, pasé de ellos. Vale que es una injusticia tremenda, sin haber escuchado una sola canción, obviar un grupo. No hay solución, sólo puedo contarlo. Podría mentir y decir que soy listísimo, una eminencia musical, pero ¿qué sentido tendría?
El caso es que la fortuna quiso que, en uno de mis numerosos ratos muertos delante de la tele, Vh1 pinchara un videoclip de Incubus, Are you in? Cierto que sin dominar el idioma y sin saber de qué iba la banda difícilmente iba a poder hacer un juicio de valor en condiciones, pero me espantó. Qué flojo, qué malo, y qué chulos los tíos. Y entonces sí que les eché el cepo. Fue bastante después cuando vi el Nice to know you —videoclip con trozos de directos—, donde me picaron. Under my umbrela o I wish you were here (pero la de Pink Floyd no, otra movida) … eso sí que era mi rollo. Cuando me decidí a escuchar el disco entero, en cierto sentido me dejaron el mismo sabor de boca que Korn, capaces de grandes temas con otras que no me acaban de enganchar. Es cierto que estaba en una fase de mi vida donde huía de baladitas y de medios tempos como de la peste y canciones por ejemplo como Just A Phaseo 11 AM, tenían un rollo un poco lento que me costaba pillar. Echo me traía a la mente a Staind, y mi idilio con Break the cycle nunca terminará, así que con Incubus estaba en esa vorágine frío-calor, amor-odio, headbanging-bostezo que me dejaba indeciso. No sabía decir si me gustaban o no.
El caso es que los años pasaron —o han pasado—, tuvieron cambio de bajista, sacaron la genial Megalomaniac, en un disco, A Crow Left Of The Murder, que tampoco me enamora totalmente, pero que tiene momentos muy buenos. Y llegamos a la madre del cordero: Anna Molly. Para mí lo mejor que han dado sin duda. Es una genialidad, la canción, la voz, y el videoclip cuenta una historia muy completa para tener sólo unos minutos para narrarla.
Incubus es una banda cuyo legado es más importante que ellos mismos. En las reseñas que voy haciendo, cualquier banda que haya querido beber de esa oleada del nu metal, me muestra engranajes de estos tíos. Sin haber llegado —con toda la subjetividad que se puede afirmar esto— al nivel de Korn, de System of a Down, de Slipknot o de otras maravillas coetáneas, al filo del año 2000, seguramente que han sido los más influyentes, los que más hijos musicales tienen. Espectro Lobo, Trees Will Tell… bandas que no se parecen en nada unas a otras, pero tienen Incubus en su ADN.
Por haberme dado una cura de humildad, por enseñarme a no precipitarme al juzgar, y porque a medida que cumplo años comprendo y puedo hacer un mejor juicio de valor sobre el alcance de una banda y su legado músical: Incubus – Morning View. 2001.