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Historias de Rock con el 8: Limp Bizkit

Siguiendo una lógica spinozista, salpimentada con dualismo platónico, empiezo a entender la realidad como un doble valor: por una parte está la experiencia y ,por otra, el recuerdo.

El mero hecho de rememorar algo lo lleva a ese plano de las ideas, ese plano perfecto, y lo convierte en un rinconcito feliz donde poder evadirse uno de los males acuciantes de un capitalismo zombificado. Hoy tenemos que alzar la copa por algo que no volverá.

Por Teodoro Balmaseda
La parada del mes: Limp Bizkit Chocolate Starfish and the hot dog flavored water. 2000

Spinoza, en su Tratado teológico-político, bosqueja su idea de panteísmo: todo es Dios, no tiene sentido rezarle porque no es un señor de barba blanca que te espera en los cielos, Dios está por todas partes, porque es el propio universo entero. Juega también con la idea de las mónadas (más bien Liebknecht, pero ya tal), de la sustancia universal que compone todo, materia y energía. Entonces, al menos desde mi cerebro torpón dentro de un cuerpo de escándalo, yo veo cierto paralelismo con la dualidad platónica. La idea de silla, es perfecta, y todas las sillas del mundo (hasta la que le partieron a Homer, y las que están por inventarse), son meras plasmaciones materiales, imperfectas.

Siguiendo este pensamiento, la música del cambio de milenio, que me pilló con 15 años, tiene dos vertientes: las gilipolleces de Hetfield, Aaron Lewis que fijo que es trumpetero, Fred Durst y lo creidito que se lo tenía… y, aparte, la música, que en su momento me volaba la cabeza y me la sigue volando. ¡Tiene veinticinco años el puto disco! Bueno, qué cojones, si lo tengo en un cd cochambroso, derretido ya de tanta vuelta.

Hot dog nos anuncia el título del disco y a lo que hemos venido. Puede parecer una pijada, pero fue una revelación. En el año 2000 estaban los raperos, los heavies y los punks, básicamente. Si había rockers, sería en ciudades más grandes, en Logroño no recuerdo, y había también maquinetas, que eran a los que mirabas por encima del hombro… ahora veo las putas mierdas que llenan coliseos y el techno noventero me suena de cine. El caso es que había fronteras bien delimitadas, y de repente entraron los Deftones, los Korn, los Linkin Park… rapeando estrofas y metiendo estribillos de tralla. Guitarras potentes, bajos juguetones, camino del funk o de una especie de jazz acelerado, baterías contundentes, casi monolíticas, pero rabiosas, y voces especiales, como Chino Moreno. Sonaba alrededor aquello de “¡Abominación!”, pero yo estaba… joder, como en Woodstock. Mira lo que hace el bajo en las estrofas, entre un dj y los disfraces de Wes Borland, estallando en los estribillos. Ojalá hubiera podido viajar en el tiempo a los 15, a ver si estaría igual de enganchado a Jimi Hendrix, o a… yo qué sé, Bad Bunny.

My generation. Fred Durst no será el mejor voceras, pero el capullo tiene carisma. Cuatro grititos y alguna chorrada, y tengo ganas de ponerme a dar botes como una pastilla de sodio en mitad del mar. Cierto es que estos mendas conquistaron el mundo. En plena oleada de admiración y odio a partes iguales por los puristas del metal, no se les ocurre otra cosa que ponerse a versionar a MetallicA. Para qué quieres más. A poco hay que llamar a Chuck Norris para que ponga orden del chocho que se preparó.

My way. Me van ustedes a perdonar, como decía Galeano hablando del Diego, pero esta es la mía. Habrán dado mejores canciones, y todo lo que tu quieras, pero esta es la que me llega. Porque entiendo casi toda la letra, puede ser, o tal vez porque me parece la puta perfección armónica del universo. Ese bajo, la batería… y el crescendo que desemboca en un estribillo inmortal. Ahí estaba yo, con mis pantalones PG de rapero, grandísimos como para poder tapar tu puto coche en verano, y mi sudadera de los MetallicA, dejándome llevar, por una vez, por la ola que más tirón tenía. Si has seguido las paridas con las que torturo al tipo más conocido de Samper de Calanda, Santi Pekeño Ternasko, sabrás que ni el cole ni la secundaria me molaban, y el bachiller no empezó mucho mejor. Nunca había encajado a la primera, siempre he tenido la sensación de tener como astillas por dentro que hacían que se empañasen todas mis relaciones sociales, así que esto tenía un valor importante para mí.

Rollin nunca me gustó mucho. Seguramente por el momento mama chicho del videoclip (siempre me han dado rechazo las tipas o tipos florero puestos detrás para que un voceras normalmente mediocre se luzca). Aun así, y aunque hay mierditas —de trece canciones me gustan como la mitad—, me sentía identificado con este rollo.

I’ll be ok sigue con una de mis tradiciones: fliparme por una cara b, destacándola por encima de los hitazos. El caso es que no hace mucho que el bajista Sam Rivers dejaba este mundo y, con él, se llevaba un pedacito de mi adolescencia. También había reconocido sus escarceos con las sustancias, y no puedo evitar acordarme de Pau Donés, de Jarabe de Palo, y la desgarradora honestidad con las que afrontó sus memorias, confesando con entereza su sospecha de estar cosechando con su salud lo sembrado por su pretérito consumo. El caso es que, en cierta forma mirándome en ese mismo espejo, como artista, por un lado siento la insoportable levedad del ser, la impotencia al no poder volver a ese año 2000 para recrearme con esos discazos, pero por otro, su memoria seguirá en la gente que sigue reventándose los oídos con Boiler a toda hostia.

Leyendo sobre Spinoza di con una idea interesante. No llega, creo a ser religiosa, pero tiene cierto punto reconfortante. Nuestra vida es una ola: es agua, sólo es agua, pero en determinadas circunstancias puede constituir algo increíble. ¿Y cuándo se pase la ola? El agua seguirá estando. No dejamos de estar hechos, nosotros y todo lo que nos rodea, de restos de soles que colapsaron: desaparece el ente, pero la sustancia sigue. Tal vez la natura naturata de Sam Rivers haya desaparecido, pero queda su natura naturans, lo que me está reventando el cráneo ahora mismo. No hace mucho que han sacado una nueva especulación, que este universo es un gigantesco holograma en 3 dimensiones de una especie de universo matriz bidimensional.

Buf, si no dejo de divagar, mi Ternasko favorito va a tocar el xilófono con mis costillas y el mango de la azada.

Por llevarme de nuevo a mis quince, darme la excusa para soltar mis mierdas pedantes y volver a poner de relieve lo viejo que, a pesar de este físico privilegiado, es posible que me esté haciendo ligeramente madurito:

Limp Bizkit Chocolate Starfish and the hot dog flavored water. 2000

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