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Historias de Rock con el 8: El Viaje

Tras una pausa merecida y necesaria, tanto por parte del ínclito Santi Pekeño Ternasko como de mi hermoso ser, vamos a volver reventando ojetes y diciendo chorradas, cosa que, no es por presumir, pero se me da de lujo.

Hoy tenemos una pequeña joyita, como la mejor serie del año que se ha quedado en un cajón porque no contrataron publi y los algoritmos se la han tragado.

Por Teodoro Balmaseda
La parada del mes: El Viaje-Origen. 2012

El viaje, nombre de la banda y de la canción que abre fuego, me trae al coco una anécdota.

Como las nieves del tiempo empiezan a platear mi sien, me reconforta de vez en cuando escuchar algún podcast de fútbol viejuno. El fútbol se ha ahogado en dinero, los futbolistas son —bueno, como la humanidad en general— cada día un poquito más gilipollas, hasta tal punto que prefiero atrincherarme en tiempos donde el Logroñés te podía fichar a un campeón del mundo o donde tenías ejemplos como el doctor Sócrates o Lucarelli. El caso es que le preguntan a Forlán por un compañero especial en Manchester y habla de Scholes. Scholes es un pelirrojo, one club man (el capitalismo los extinguió), que estuvo más de una década con el 8 del United. Campeón de Europa en el 99, habrá ganado más trofeos que lentejas dan por mil euros.
Decía Forlán que el colorado era un mala leche, y que veía al United como el equipo de su barrio. Si jugaba competiciones europeas, viajaba a regañadientes, pero, como lo llevases una pretemporada a otro continente, al tercer día se daba media vuelta. No soportaba estar lejos de su familia y de su barrio.


Mientras suena esa mezcla de Warcry arrimado al pop con un poco de Sober que es El viaje, sonrío con superioridad: joder, soy Scholes. En este contexto donde todo el mundo es un apasionado de los viajes, todos quieren ir a hacer paracaidismo a la cima del Kilimanjaro… pues a mí me da un poco igual. Me agobia salirme de mis rutinas, no tener ratos de tocarme el bolo y me obsesiona la puta logística: los horarios, itinerarios, a que nos perdemos, a que llegamos tarde, a que nos tenemos que desviar, a que hay una avería…


Oye su voz, con ese rollo entre Velvet Revolver y los Deftones sin rapear, me tiene en pleno ataque de nervios. Estamos en el coche, llegando a Madrid. Mi cerebro está tirando cálculos como un físico en la NASA mientras dejamos el coche y nos disponemos a tirar de metro con una sonrisa medio forzada. Me pesan los libros, y no dejo de calcular mentalmente umbrales: tanto para pagar el gasoil, tanto la estancia, tanto por comer, a partir de aquí, nos llega hasta para comprar unos imanes.


Marionetas tiene un rollo de la vieja escuela. Sigue teniendo ese poso Slash, pero suena un poco a los MetallicA experimentales del Load y el Reload (me suda el nabo lo que se vilipendien esos discos, me siguen molando). Primera presentación: lo previsto, ni es un exitazo, ni es una mierda. Sigo chinado con horarios y distancias. Aún me he de quedar sin comer, pero bueno, lo sacrifico a gusto. Primer atisbo de esperanza: es un centro social auto-gestionado, con mogollón de experiencia en rollos culturales. Tienen que saber tratar a gente como yo. Marionetas / que bailan al sol / al seguir las leyes / de la teoría del caos. Así, así mismito.


Fuera de aquí. Ni hecho a medida. Con el berrido a lo Red Hot Chilli Peppers y todo. Llegamos al garito con nuestra mejor sonrisa y la bolsa en la mano, con la misma expresión de Paco Martínez-Soria. Un fiestón… están a un tris de montar la orgía de San Verdú. Isra se gira y me sonríe. Lo ve jodido, pero bien jodido. Llamamos al de la barra. Que ya vemos la que hay liada, que me ponga en una esquina y hable. Es como presentar un libro en mitad de la prueba de sonido de Sepultura reunidos, con quinientos heavies en diferentes grados de ebriedad, pero todos cachondos y cachondas como babuinos del metal. Se me nota la mala hostia, creo, porque estoy calculando si podría, con una sola mano, sin soltar los libros, trincarlo del pescuezo y sacarlo de la barra. El tipejo nos dice que vengamos a las once la noche, o mañana, o pasado. Claro, como no paga un puto duro de estancia ni de viaje, nos podemos quedar dos meses esperándolo.


Se dejaba llevar por ti. Sí, es esa canción, pero con más guitarreo y la voz de Kino. Hala, media vuelta y a casa. Cuatro horas largas para llegar, más metros, paseos, Dios, la virgen y todos los santos… y ni presentar. Podría poner voz de Schwarzenegger en Terminator, pero no engaño ni a mi sombra. Se me viene el mundo encima.
Aguanta corazón. Esto tiene un rollo más rock urbano, y era lo que me pasaba por la cabeza. Tenía ganas de mandar a la gente a la mierda, o de escupirle en el careto… pero los dos sabemos que no va a pasar, así que recojo el petate y empiezo a pensar qué hacer. Hasta las nueve no tenemos radio. Vámonos si no al hotel a dejar los trastos, o a meterme en la cama. Vale, que son apuestas, que uno nunca sabe… lo que tú digas, pero hago lo mejor que puedo con lo que sé y no entiendo cómo hay gente tan hija de puta, que se la sude si palmas pasta o si pierdes el tiempo, porque ellos hacen caja y lo demás se la pela.


El escritor. Oui, c’est moi. Escritor, y de los malos, ¿eh? Cosas de la vida. Fátima Pérez, seguramente la mejor vocalista del mundo, nos intercepta —digo intercepta porque nos iba a enganchar de la pechera si hace falta—, y me tiene soltando el rollo en la entrada del tren, para terminar tomándonos una cerveza allí cerca. Joder, con la perspectiva de los tres meses transcurridos, no tengo tan mal sabor de boca, pero, en ese momento, estoy hecho una puta mierda. ¿Cuántas veces nos pasa, que un mosqueo pasajero nos emborrona una experiencia? Dibujo fantasmas palabras gastadas y en mi soledad la luna se expande. La noche vuelve a llenar universos de cristal. Sí, bueno… más o menos, pero sí.


El caso es que llego a Revi Radio, a In nomine music. Conozco a Berni Prijuabe, a Paco, a Carmen. El trato inmejorable, se nota un huevo que se han currado la entrevista, se ha leído el libro, bien leído, y me hace media docena de preguntas que me ponen en jaque, bien pensadas, pero no lo estoy disfrutando. Sigo jodido. Tengo una especie de culpa rondándome el coco. Si hubiera ido a otro sitio, otro plan, si mi abuelo fuera mi abuela…
Your hands, con esa intro que parece Massive Attack, plasma lo que me pasa por la mente. Todo parece ir más lento. Quiero irme. No tengo hambre, ni sueño. Quiero hacer el vago en el ordenador hasta que me venza el cansancio y no pensar en que, al día siguiente, en Segovia, nos la jugamos a una carta. El caso es que vienen unos tal Phorceps, la siguiente banda. ¿crees en el amor a primera vista? Una medio cresta, camuflada, y una pulsera con la bandera republicana. Un tal Kino.


Hoy mejor. Este cabrón me lee la mente. Vamos a resolver el misterio. Segovia fue una pasada, diez veces mejor que lo que pensaba. Hay paralelismos entre Segovia y Logroño, en cuanto a escaso peso específico en geopolítica y en lo jodido que es nacer a contrapelo, pero lo reconfortante que es conocer gente valiente, con ideas claras y la mente en el siglo XXIII. Libramos gastos, hice media docena de amigos, me hice unas cuantas fotos con la tricolor detrás y, ya de camino a casa, pude paladear lo vivido sin esa aura de tormenta nocturna.


14 kms. Un epílogo instrumental suma puntos extras. Ya en casa, descansado y con perspectiva, hablo con Fati, con Sari, con el señor Varas, que es para cogerlo en brazos… y con Kino. Sin nadie decirle nada, me está haciendo de responsable de marketing, dando difusión a Candelarias de la Virgen en todos sus formatos (libro, videoclip, presentación… nos faltan las chapas y los tazos, patente en trámite). Por camaradería, por empatía básica entre artistas.

Por demostrar que las experiencias hay que vivirlas en toda su gloria (sobre todo cuando se ha pasado el mal rollo), y por dar dignidad a una profesión, la de artista, de la que no comen ni cuatro de cada mil:

El Viaje– Origen. 2012

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