Si algo hemos aprendido en las cincuenta y tantas entregas que llevo por aquí, en los dominios de mi gran anfitrión Santi Pekeño Ternasko es que no soy joven. A ver, no soy Matusalén, pero adolescente tampoco. Al igual que, cuando yo era chaval, los que ahora andarán en cincuenta y tantos nos ponían de “drogadictos antisistema violamonjas quemaconventos” —soy de los últimos coletazos del Rock Radikal Vasco—, cuando me preguntan por la chavalería los veo a todos gilipollas, adictos a la pantalla, incapaces de prestar atención a nada más de treinta segundos, con una música que es una exaltación a la ignorancia… vamos, que soy un pollavieja. El caso es que me la miro y la veo igual de esplendorosa que siempre, ni una cana, pero igual sí que soy un pollavieja. Bueno, lo era, porque hay un chavalín que me ha devuelto la fe en el futuro.
Por Teodoro Balmaseda
Jueves, 16 de marzo de 2023. Final de la batalla de La Rioja. Isra, la dignidad musical riojana hecha carne, una de esas personas que me honran llamándome amigo, se la está jugando, con su banda Palestina y con los Terzero en Discordia. Yo bajo como amigo, y tengo la opinión predefinida.
El caso es que empieza la movida. Primera banda, no es banda, es un chavalito, un tal Nico. Debe tener 16, o 17. El maestro zen que llevo dentro mira de reojo, con superioridad. Tiene un portátil chiquitito y un micro. El escenario se hace grande, grande, y él, pequeño, pequeño… durante quince segundos. De repente, con las hechuras der Zatu, el de SFDK, de Sho Hai o de Ose, el de los Panzers, emergió un coloso. El sonido y la sala se habían preparado para guitarrazos, piñazos a los bombos y destrucción, pero el tipo se hizo grande.
Iniciaba la base en el ordenador y empezaba a tirar rimas como Muhammad Ali cuando tenía a Sonny Listón entre ceja y ceja. Rimas nada superficiales, rimas que no se hacen por la belleza del sonido o por mantener el tempo. Rimas que se gritan, que se escupen, que se lanzan con el dedo acusador de Cicerón en las Catilinarias.
El concierto iba avanzando. La gente, entregada. Vale que había coleguis, sólo faltaba que se hubiera presentado completamente solo, pero en su predicamento varios cabezotas como este menda seguíamos el ritmo con el cráneo. Y cuando se quitó el jersey fue cuando visualicé lo que tengo entre las teclas ahora mismo. Con la humildad y el talento de Tom Morello, camiseta roja y estrella amarilla, una declaración de intenciones. Si esta puñetera humanidad, con el necro-capitalismo devorando a sus anchas y al borde del colapso medioambiental, es la ciudad de Troya asediada, acababa de aparecer ante mis ojos el joven Troilo: la gran esperanza para los que resistimos, aunque sea en silencio mientras tragamos mierda.
Cada vez más crecido, paraba las bases y se ponía a rimar a capela, sin nada, joder, ni un triste chasquido de dedos que lo llevase. Un criajo que no puede conducir ni ver pelis para mayores batiéndose el cobre con bandas que llevan más tiempo tocando que él en este mundo.
Como era de esperar, se quedó en la final, pero, a mis ojos, ganó. Miento. No ganó. Ganamos. La Rioja va a alumbrar a una de las voces de su generación, probablemente sea una luz titilante en medio de una tormenta perfecta de precariedad laboral, alquileres disparados —de hipotecas para qué hablar— y de desatención total por el sistema, pero probablemente cambie el mundo.
Como tengo alguna cana más, lo que he aprendido con el tiempo: Nico, ¡no cedas! Y no toques el volante. No te dejes llevar por la angustia, no renuncies a tus principios. Tu ética y tu ideología van a iluminar el camino y, aunque habrá momentos de comulgar con ruedas de molino, no te separes de la luz.
Por ser la primera vez que no recomiendo un disco, si no un canal de YouTube, por quitarme de encima el fantasma del pollavieja y por ser la última esperanza troyana:
Nico. @Nico-musicc.